miércoles, 26 de mayo de 2010

En San Salvador el día tiene más de 24 horas… (II)

 - En la comunidad Chachi San Salvador (Esmeraldas, Ecuador)-
Una de las cosas más lindas que tiene el dormir en la selva o en la montaña tropical es escuchar el “concierto natural” que prodigan con sus sonidos los grillos y el fuerte croar de los sapos, que aquí tienen un tamaño considerable,  especialmente cuando se aproxima la lluvia. Esto, y sentir la paz del alejamiento urbano, compensaron la dureza de la cama sin colchón en la primera noche de hospedaje en la cabaña del profesor indio de la comunidad Chachi de San Salvador… Estaba molido, después de haber cabalgado toda la tarde por las lomas de la cordillera de la costa esmeraldeña y por huertos sembrados de cacao y plátano, así que quedarme dormido no me costó mayor esfuerzo.
 
El profesor y su esposa, una muchacha bastante más joven que él, a quien llamaba “Santita”, fueron muy amables conmigo y me hospedaron en su casa sin  dificultad. A esas alturas yo era de las poquísimas personas que llegaban a la comunidades chachis desde ciudades de la Sierra o de la Costa.

No me encontraba lejos de la comunidad de San Salvador, uno de los destinos principales de investigación, y llegar hasta allá me tomó menos de una hora a caballo. Mario, mi compañero de trabajo, había llegado la noche anterior cabalgando prácticamente a oscuras y con el miedo a cuestas, según me contó al otro día.
 
Los Chachis son un grupo étnico de la costa ecuatoriana que habita en comunidades localizadas en 3 zonas de montaña húmeda de la provincia de Esmeraldas, y ubicadas al borde de los ríos. Sus orígenes se pierden en el tiempo, pero tradiciones ancestrales señalan que provienen de la provincia de Imbabura, ubicada en la sierra norte del Ecuador.

San Salvador es una pequeña comunidad ubicada junto al Río Sucio, conformada por familias indígenas que emigraron del norte de Esmeraldas en busca de un territorio nuevo en donde asentarse. Sus casas, de madera, caña guadúa y cubierta de palma y cinc (calamina) se sitúan junto a la plaza central, usada también como cancha de uso múltiple. Al momento de nuestro recorrido investigativo la comunidad disponía de una pequeña escuela y una casa comunal en la cual se impartían capacitaciones para hombres y mujeres de la comunidad, en temas de artesanía y corte y confección.

Los hombres Chachi tienen a la agricultura en pequeños huertos y a la caza y pesca como actividades de subsistencia básicas; las mujeres son quizás las que más tiempo dedican al trabajo pues también realizan algunas labores agrícolas y se ocupan de las tareas del hogar. Me ha tocado ver a mujeres chachis cargando pesados racimos de banano desde la chacra hasta la casa y manejando una canoa, además de las típicas labores  de cocinar, lavar, cuidar a los niños…
 
Una de las cosas que más me llamó la atención es que el plátano constituye el principal alimento, y muchas veces el único, en su dieta cotidiana; éste fruto es preparado de diferentes formas, pero sobre todo cocido al agua y en ocasiones, no muy frecuentes, acompaña la carne “de monte”, el pescado de río o un crustáceo llamado “camarón de río”, una langosta de sabor particular y delicioso. cuando están. Debido a que el banano (la fruta, principal producto de exportación en Ecuador) se la destina como alimento de los cerdos, alguna vez unas mujeres indias se sorprendieron y rieron cuando me vieron comerla, tomándola de una huerta…

- La marimba Chachi -
Los Chachis (anteriormente mal denominados “Cayapas”, por el río del mismo nombre en cuyas riberas habitan) tienen su propio idioma, el cha’palache, y sus propias tradiciones culturales que les diferencian de otros grupos étnicos del Ecuador. Su música ancestral es tocada con marimba y cununos (tambores), y tienen su propia Ley Tradicional que incluye una norma que prohíbe  a hombres y mujeres casarse con gente de otra “raza”, a riesgo de castigo… En las comunidades chachis existe un instrumento colonial llamado “cepo” y también un látigo para castigar a los contraventores de la normativa indígena.

Conocer el enorme árbol que produce la “fruta de pan” (la cual puede llegar a pesar unos 5 kg.), uno de cuyos ejemplares más grandes crecía junto a la casa en donde pernoctábamos, fue otra de las curiosidades y satisfacciones de este viaje. Cuando, a la noche, y con el viento se desgajaban algunas ramas el ruido que producían era significativo en medio  del silencio.


No puedo olvidar que también me llamó mucho la atención que los niños indígenas también ingirieron licor en la noche de nuestra despedida. Uno de los adultos me comentó que aquello era normal en las fiestas de sus comunidades…
 
Pero, pasar 12 día en una comunidad como San Salvador,
en los años 90, lejos de todas las comodidades citadinas, sin radio y peor TV, sin teléfono, durmiendo en un sleeping bag colocado sobre las tablas del piso, y sin el más mínimo contacto familiar era una cosa que con el pasar de los días afectó el estado de  ánimo de mi compañero Mario, especialmente. Después de cenar, a las 6:00 pm. y a la luz de las velas -con los insectos rondando y quemándose en la llama, conversar y conversar era el único entretenimiento.
 - Las fotos de arriba fueron tomadas con una cámara análoga de rollo -
 
Sin exagerar, en San Salvador el tiempo pasaba tan lento, que parecía que el día tenía mucho más de 24 horas… Un baño por la tarde en el Río Sucio constituía una muy buena terapia, después del trabajo y las caminatas, para aliviar la nostalgia del alejamiento .

Terminar la investigación y salir a Esmeraldas constituyó una gran satisfacción. La alegría nuestra nos evidenciaba como típicos seres urbanos, que aunque renegamos muchas veces del smog, el ruido y las prisas de las urbes, estamos tan signados por este ritmo y estilo de vida que a los pocos días de estar “lejos del mundanal ruido”, ya éste nos hace mucha falta…

Nota: si deseas saber más sobre los Chachi y su Ley Tradicional revisa mi libro sobre el tema, haciendo click aquí.

Próxima entrega: Ventajas y desventajas de la consultoría freelance

martes, 4 de mayo de 2010

Un pueblo indio de selva tropical (I)

Jóvenes Chachis del Río Cayapas
(foto en: www.hoy.com.ec/libro6/placer/gpag17.gif)
En 1988, cuando trabajaba en la dirección de proyectos de una institución pública ecuatoriana, y a la vez revalidaba materias de mi carrera de Antropología en una universidad quiteña, se presentó la oportunidad de realizar un diagnóstico socio-económico de comunidades indígenas ubicadas en la zona norte de la provincia de Esmeraldas. La perspectiva era realizar una investigación socio-económica conducente a la implementación de un proyecto de apoyo al desarrollo social de esas comunidades. Todo esto tuvo su génesis en la gestión de un dirigente indígena Chachi que acudía ocasionalmente por la institución y se entrevistó varias veces conmigo.

Este fue mi primer trabajo de campo en una zona tropical selvática y, recuerdo, despertó muchas expectativas y a la vez ciertos temores. Empecé leyendo el libro “El Pueblo Chachi: el jeengume avanza”, escrito por la antropóloga Eulalia Carrasco, el cual me dio muchas luces sobre las condiciones de vida de este grupo étnico y su problemática. El resto fue planificar la investigación, acordar el viaje con un compañero de trabajo -ingeniero agrónomo de profesión-,  y los temas logísticos de rigor.

Salir de Quito y llegar al sitio en el cual nos esperarían dos muchachos indígenas con 2 caballos nos tomó un buen tiempo en bus y luego en lancha a través de un estuario del Río Muisne. San Francisco se llamaba el sitio desde donde partimos hacia una comunidad Chachi ubicada al sur occidente de la provincia de Esmeraldas, ascendiendo y descendiendo por pequeñas lomas, típicas de la zona montañosa en la costa y atravesando por cultivos y pantanos en los cuales era preferible caminar, aunque sea con el lodo hasta las rodillas, que estar sobre el lomo de un potro recién domado que se resbalaba y hundía hasta el cuello en el lodazal…

En el estuario del Río Muisne
Esta parte del viaje, la más dura, cansada, y a ratos “estresante”, se inició aproximadamente a las 3:00 de la tarde y se prolongó hasta las 7:00 de la noche, cuando ya a oscuras llegué muy cerca de la comunidad San Salvador a la finca en la cual se encontraba la cabaña de un profesor  indígena de la zona. Mario García, mi compañero de viaje, quien tuvo la suerte de disponer de un caballo mejor dotado que el mío se había adelantado y consiguió llegar a la comunidad entrada la noche.
 
No se me olvida que durante ese recorrido tuvimos como guías dos niños indígenas que prácticamente no hablaban nada de español, que llevé una grabadora nueva –a cassete- que se estrenó en el lodo y que  en dos ocasiones di con mi cuerpo en el suelo… Pero estos avatares del oficio sólo le ponen “condimento” a una profesión que te lleva a viviencias para no olvidar!

Esta historia continuará…
Próxima entrega: En la comunidad india de San Salvador (II)