Hace ya bastante tiempo, y en el inicio de mi carrera
como antropólogo, pude vivir desde dentro lo que significaba trabajar como
funcionario público. Esta forma de vida, porque en sí la burocracia es una forma de vida, nunca fue de mi
predilección y en el fondo creo que nunca llegué a adaptarme completamente a
ella, pero las circunstancias obligaron y no quedó más que asumirla por algunos años…
Sin embargo, no todo fue malo y negativo tras un
escritorio y ese trabajo constituyó para mí una buena experiencia que me
permitió consolidar mi decisión de dedicarme a las ciencias sociales dejando
atrás la carrera de arquitectura a la cual le había dedicado ya más de 4 años
de estudios. Pero, claro, cuando dejé la institución pública en la cual había
emprendido en mi primera consultoría y con la gran ilusión de trabajar como un
profesional independiente nunca pensé que después de un largo tiempo volvería a
ser un funcionario público.
Confieso que fue duro volver a vivir la cotidianidad
de la burocracia, y como ejemplo están los horarios, los directivos y sus “directrices”,
los trámites engorrosos y aburridores, las frecuentes reuniones que te cortan
la viada de los trabajos que estas haciendo, varios técnicos de mi equipo con escasa experiencia en el área de planificación y gestión de proyectos, los
frecuentes informes y memorandos…
Pero tampoco todo fue malo y como aspecto positivos puedo
mencionar, entre los que considero más importantes, que tuve la oportunidad de
gerenciar un interesante proyecto de capacitación a nivel nacional, conocer a
gente interesante y creativa, participar en un congreso de educación estética
en el extranjero, aprender a comandar un equipo técnico burocrático en sus
inicios bastante conflictivo, aprender a soportar con “estoicismo” las
formalidades institucionales, y por supuesto gozar de estabilidad laboral
durante un año, lo cual en mi historia de consultor freelance constituye un
hito…
Pero, decididamente, la burocracia no era mi camino
definitivo, y el acoso laboral incesante de una jefa que no entendía a
cabalidad mi trabajo y los objetivos de la dirección a mi cargo me llevaron a
sufrir de gran stress y ocasionaron mi salida de aquella institución.
Ahora, y
luego de unas semanas de “readaptación forzosa” al antiguo estilo de vida,
estoy nuevamente en mi “campo de batalla”, en mi estudio de consultoría, entre
mis libros, mi música, mis adornos, mis expectativas y mis añoranzas.
Aunque parezca extraño, y es paradójico, no fue fácil acostumbrarse
nuevamente a trabajar sólo, sin la compañía de los funcionarios a mi cargo, sin
las llamadas telefónicas de trabajo (a veces frecuentes), sin compartir los
cafés con los amigos y amigas de la institución en la cafetería cercana, o
almorzar en compañía de varios de ellos. La débil socialización que se vive, o
que al menos yo vivo, es una limitación que cuesta mucho.
Varios aprendizajes de este período burocrático creo
que vale la pena compartirlos, ya que tienen relación con el trabajo de
consultoría social en el ámbito estatal que, dicho sea de paso, tiene sus
peculiares características. Se lo prometo, irán apareciendo poco a poco…